LA VIDA PRIVADA DE ENRIQUE VIII (1933)
Corría el año 1933, a principios del cine sonoro, que Alexander Korda, un húngaro afincado en el Reino Unido, que pone en marcha su famosa producción La vida privada de Enrique VIII como productor y director.
La tarea estaba marcada por su complejidad. El monarca Enrique VIII ha pasado a la historia como un déspota, un barbazul implacable, seductor y asesino de mujeres aunque la realidad es más compleja.
El director elude la parte de Catalina de Aragón, la más sórdida, y se inicia el día de la ejecución de Ana Bolena, una de las figuras históricas más odiadas por Occidente.
Sabiamente la película elude la tormentosa experiencia con dicha reina, se centra más en su relación con la tercera, Jane Seymour (Wendy Barrie).
La tarea estaba marcada por su complejidad. El monarca Enrique VIII ha pasado a la historia como un déspota, un barbazul implacable, seductor y asesino de mujeres aunque la realidad es más compleja.
El director elude la parte de Catalina de Aragón, la más sórdida, y se inicia el día de la ejecución de Ana Bolena, una de las figuras históricas más odiadas por Occidente.
Sabiamente la película elude la tormentosa experiencia con dicha reina, se centra más en su relación con la tercera, Jane Seymour (Wendy Barrie).
Si el matrimonio con Catalina fue una razón de estado y la de Ana Bolena quedó envenenada por el exceso de ambición y falta de escrúpulos de la mentada, el de Juana (Jane) Seymour en cambio fue por amor y encontró un periodo de paz del que nunca más volvió a disfrutar. Lamentablemente a los dieciocho meses, la mujer a la que más amó falleció tras dar a luz al futuro monarca Eduardo VI de vida efímera.
La película tiene un sorprendente tono de comedia de humor agridulce. El rey es mostrado como un fanfarrón zafio y de pésima educación. Debido al parecido de Charles Laughton con el retrato del monarca que le hizo Hans Holbein el Joven, pintor de la corte, el famoso y orondo actor corrió con el personaje obteniendo uno de sus mayores éxitos en toda su carrera.
Si como actor Laughton es incuestionable, no obstante la visión que se da del temible rey es considerada de dudosa autenticidad. Se asegura que su zafiedad es exagerada y que Enrique VIII era un hombre muy educado perjudicado por la desmedida ambición de Ana Bolena que llevó el reino a la fractura y a la división provocado por el cisma del anglicanismo.
Sí el fragmento de Juana Seymour se mueve por los terrenos de la tristeza, un amor que pudo ser real que fue roto por una muerte prematura, algo muy habitual en tan insana época, el de Ana de Cleves está marcado por la comicidad más estridente. Por razones de estado, Enrique es casado con una mujer fea con la que no se quiere acostar. Ese "adefesio" está interpretado por Elsa Lanchester, futura Novia de Frankenstein, y esposa real de Laughton en la época.
La escena de la noche de bodas es la más divertida de la película y un fragmento de farsa antológico con la famosa frase "¡Lo que hay que hacer por Inglaterra!" (que Sean Connery, James Bond, repitió en Sólo se vive dos veces cuando tiene que seducir a una mujer por cuestiones laborales).
La farsa da paso de nuevo a la tragedia. Catalina Howard (prima de Ana Bolena), una adolescente cuando el rey tenía más de 50 años, es la nueva reina consorte pero la diferencia de edad provoca que el anteriormente fogoso monarca acabe llevado astado poco decoroso. La escena de la noche de bodas es la más divertida de la película y un fragmento de farsa antológico con la famosa frase "¡Lo que hay que hacer por Inglaterra!" (que Sean Connery, James Bond, repitió en Sólo se vive dos veces cuando tiene que seducir a una mujer por cuestiones laborales).
De la tragedia, Alexander Korda nos lleva de nuevo a la comedia con la última esposa que acaba por dominarle en su vejez.
La visión que se da de Enrique VIII es incluso amable y Charles Laughton acaba por convertirle en un ser entrañable a pesar de que se trata de uno de los monarcas más odiados en la historia de la humanidad. Si su corte fue lamentable, otros reyes no le iban a la zaga y su desprestigio no es tan ostentoso.
A pesar del paso del tiempo, la película conserva toda su frescura y es una pieza importante de cine histórico en donde se elude la apología propia de esa clase de películas en las que el personaje tratado nos es mostrado como el ser más perfecto del planeta algo que Enrique VIII no fue nunca.
La visión que se da de Enrique VIII es incluso amable y Charles Laughton acaba por convertirle en un ser entrañable a pesar de que se trata de uno de los monarcas más odiados en la historia de la humanidad. Si su corte fue lamentable, otros reyes no le iban a la zaga y su desprestigio no es tan ostentoso.
A pesar del paso del tiempo, la película conserva toda su frescura y es una pieza importante de cine histórico en donde se elude la apología propia de esa clase de películas en las que el personaje tratado nos es mostrado como el ser más perfecto del planeta algo que Enrique VIII no fue nunca.
Veinte años después, Hollywood, quiso llevar la vida de una jovencita Isabel de Inglaterra, hija de Enrique VIII y de Ana Bolena, a la pantalla. Así La reina virgen (1953) del refinado George Sidney, fue rodada con un brillante Technicolor de la época y se tuvo el gran acierto de ofrecerle el breve papel de Enrique VIII a Charles Laughton que aceptó encantado. Esta vez muestra la vejez del personaje, pero una vejez real, ya que en la película de Korda esta parte se ve muy postiza.
Sidney reincide en todos los tópicos creados por Korda al mostrarnos a un déspota maleducado al que todos temían.
Ambos filmes dan una visión bastante tópica de la Pérfida Albión y de una época terrible y traumática de su historia. En realidad fue la época en que Inglaterra pretendió convertirse en un Imperio, al igual que España que entonces estaba en la cúspide de su poder.
Se pasa de puntillas por el cruel reinado de María Tudor y se centra más en el breve periodo de Eduardo VI (que dio pie a a la novela Príncipe y mendigo de Mark Twain, varias veces llevada al cine).
Ambas películas provocaron que durante mucho tiempo se tenga a Charles Laughton como referente y como imagen de Enrique VIII como si fuera su clon. No fue hasta la llegada de la serie Los Tudor que dicha imagen se puso en cuestión.
Ambos filmes dan una visión bastante tópica de la Pérfida Albión y de una época terrible y traumática de su historia. En realidad fue la época en que Inglaterra pretendió convertirse en un Imperio, al igual que España que entonces estaba en la cúspide de su poder.
Se pasa de puntillas por el cruel reinado de María Tudor y se centra más en el breve periodo de Eduardo VI (que dio pie a a la novela Príncipe y mendigo de Mark Twain, varias veces llevada al cine).
Ambas películas provocaron que durante mucho tiempo se tenga a Charles Laughton como referente y como imagen de Enrique VIII como si fuera su clon. No fue hasta la llegada de la serie Los Tudor que dicha imagen se puso en cuestión.
Retrato del monarca obra de Hans Holbein el Joven, pintor oficial de la corte de Enrique VIII
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