Revisando las dos primeras temporadas de Los Tudor, aparecidas en DVD y gracias a una oferta especial he podido adquirirlas, he reparado en el gran juego que da a la cinematografía y a la televisión los amores contrariados de Catalina de Aragón y de su consorte, rey de Inglaterra, Enrique VIII. Sólo otra pareja tiene tal parangón, la de Juana I de Castilla y Aragón y su marido, el rey Felipe I el Hermoso.
Ambas formas dos parejas similares y, además, fueron hermanas, hijas de los Reyes Católicos que tan desafortunada descendencia tuvo. Un mal día se les ocurrió iniciar la política matrimonial, es decir, casar a sus hijas con nobles importantes y meter así sus pies en cortes extranjeras. Juana fue casada por un Habsburgo y Catalina con un Tudor.
El destino provocó que los hijos mayores de los Reyes Católicos fallecieran antes de tiempo y la testa coronada fue la de Juana, quien al estar mentalmente incapacitada o al menos eso dicen, provocó que una casa real extranjera se hiciera con la Corona de España y así nos vimos metidos en múltiples guerras imperialistas contra el resto de Europa.
Las novelas y guiones cinematográficos nos presentan a dos mujeres anegadas, que amaban hasta el delirio. Algunos historiadores niegan que Juana estuviera loca, fue una excusa para sacársela de encima porque en la machista España no gustaba ser gobernado por mujeres. Pero si es cierto que su amor era puro delirio por un hombre que no la correspondió, un monarca que coleccionaba amantes y que falleció prematuramente.
Catalina, la hermana menor de Juana, fue casada con Arturo de Gales, hijo de Enrique VII, fundador de la Casa Tudor, pero al fallecer al cabo de pocos meses no sabían que hacer con la joven y virginal viuda. Era una niña aún cuando tuvo que abandonar Granada, la ciudad donde residió en su infancia, y se veía perdida en un país extraño. Tras negociaciones con el Papado y con la Corona Española, finalmente la desposaron con el hermano menor de Arturo, Enrique que era cinco años más joven que ella.
Nunca se ha llevado al cine la primera parte de su reinado que es tal vez menos teatral pero mucho más feliz. Una serie de circunstancias, los hijos no sobrevivían y sólo Maria Tudor llegó a edad adulta, provocó una crisis y que Enrique se fijara en Ana Bolena.
En ambos casos, Felipe el Hermoso y Enrique VIII, son presentados como dos grandes villanos, dos seres extremadamente desagradables. Incluso en películas británicas, que se supone deberían tener una visión apologética del monarca, dejan muy mal parado a ese rey despótico y cruel.
En España ya se sabe. Dos extranjeros maltratando a dos españolas, jarabe de palo para ambos. Nunca se es objetivo al tratarlos. Pero la imagen de Enrique en las películas inglesas es muy mala, todo lo contrario de la reina Isabel I, hija de Enrique y Ana Bolena, considerada una de sus mejores monarcas a lo largo de la historia. Si Catalina de Aragón goza siempre de buena imagen, ya que fue una reina muy popular en su tiempo, su hija María Tudor fue llamada Bloody Mary, María la Sanguinaria, porque se convirtió por despecho y resentimiento en un ser cruel y vengativo.
En el caso de la otra pareja, reducida a películas españolas, el villano es sin duda Felipe el Hermoso considerado además un monarca inútil que no aportó nada bueno.
Pero la imagen de mujeres anegadas que nos han dejado ambas hermanas conforman dos personajes muy cinematográficos, dos papeles muy codiciados por las actrices porque gracias a ellos pueden lucirse a placer.
Ambas formas dos parejas similares y, además, fueron hermanas, hijas de los Reyes Católicos que tan desafortunada descendencia tuvo. Un mal día se les ocurrió iniciar la política matrimonial, es decir, casar a sus hijas con nobles importantes y meter así sus pies en cortes extranjeras. Juana fue casada por un Habsburgo y Catalina con un Tudor.
El destino provocó que los hijos mayores de los Reyes Católicos fallecieran antes de tiempo y la testa coronada fue la de Juana, quien al estar mentalmente incapacitada o al menos eso dicen, provocó que una casa real extranjera se hiciera con la Corona de España y así nos vimos metidos en múltiples guerras imperialistas contra el resto de Europa.
Las novelas y guiones cinematográficos nos presentan a dos mujeres anegadas, que amaban hasta el delirio. Algunos historiadores niegan que Juana estuviera loca, fue una excusa para sacársela de encima porque en la machista España no gustaba ser gobernado por mujeres. Pero si es cierto que su amor era puro delirio por un hombre que no la correspondió, un monarca que coleccionaba amantes y que falleció prematuramente.
Catalina, la hermana menor de Juana, fue casada con Arturo de Gales, hijo de Enrique VII, fundador de la Casa Tudor, pero al fallecer al cabo de pocos meses no sabían que hacer con la joven y virginal viuda. Era una niña aún cuando tuvo que abandonar Granada, la ciudad donde residió en su infancia, y se veía perdida en un país extraño. Tras negociaciones con el Papado y con la Corona Española, finalmente la desposaron con el hermano menor de Arturo, Enrique que era cinco años más joven que ella.
Nunca se ha llevado al cine la primera parte de su reinado que es tal vez menos teatral pero mucho más feliz. Una serie de circunstancias, los hijos no sobrevivían y sólo Maria Tudor llegó a edad adulta, provocó una crisis y que Enrique se fijara en Ana Bolena.
En ambos casos, Felipe el Hermoso y Enrique VIII, son presentados como dos grandes villanos, dos seres extremadamente desagradables. Incluso en películas británicas, que se supone deberían tener una visión apologética del monarca, dejan muy mal parado a ese rey despótico y cruel.
En España ya se sabe. Dos extranjeros maltratando a dos españolas, jarabe de palo para ambos. Nunca se es objetivo al tratarlos. Pero la imagen de Enrique en las películas inglesas es muy mala, todo lo contrario de la reina Isabel I, hija de Enrique y Ana Bolena, considerada una de sus mejores monarcas a lo largo de la historia. Si Catalina de Aragón goza siempre de buena imagen, ya que fue una reina muy popular en su tiempo, su hija María Tudor fue llamada Bloody Mary, María la Sanguinaria, porque se convirtió por despecho y resentimiento en un ser cruel y vengativo.
En el caso de la otra pareja, reducida a películas españolas, el villano es sin duda Felipe el Hermoso considerado además un monarca inútil que no aportó nada bueno.
Pero la imagen de mujeres anegadas que nos han dejado ambas hermanas conforman dos personajes muy cinematográficos, dos papeles muy codiciados por las actrices porque gracias a ellos pueden lucirse a placer.
Felipe I de Castilla por Juan de Flandes
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