COVJEK KOGA TREBA UBITI
(EL HOMBRE QUE HAY QUE DESTRUIR)
(EL HOMBRE QUE HAY QUE DESTRUIR)
Mucha gente dice que el cine de los países del Este son aburridas. Sobretodo en la época de Franco, pero ya se sabe que los tiempos cambian. Eso no es cierto de ningún modo. Las películas que se ven en los festivales y cineclubs no representan la totalidad de su producción, son títulos selectos de determinadas tendencias que gustan a un sector mayoritario de la crítica per no al público.
Al director de la película que nos ocupa; Veljko Bulajic, le conocí en persona en Madrid, en el año 1982. Era un hombre muy educado y afable que se interesó por mi fanzine Transylvania Express, entonces trabajaba para Chicho Serrador en Mis terrores favoritos.
El hombre que hay que destruir fue la película que ganó el Festival de Sitges de 1980. En aquella edición yo fui jurado por primera y única vez. Fue la película que yo defendí y voté porque me gustó mucho más que las demás que proyectaron.
A pesar de su prestigio en festivales internacionales no se estrenó en nuestras salas y no se volvió a ver. Hace poco me encontré esta foto de arriba en mis archivos y me entraron ganas de volverla a ver y me ha vuelto a gustar.
Se trata de una película modesta, con pocos medios y austera de producción pero muy imaginativa. Trata de una leyenda de Montenegro, que en 1980 estaba incluida en Yugoeslavia, sobre un zar llamado Esteban que sólo reinó seis años y que se creyó zar Pedro III de Rusia, asesinado un año antes, y se convirtió en un jefe de estado bueno, justo, noble.
Muchas hipótesis y conjeturas se han creado acerca de ese personaje de la segunda mitad del siglo XVIII. Nadie sabe de dónde vino, llegó a Montenegro y se convirtió en zar de la noche a la mañana y sin embargo con su gestión se ganó las simpatías y el cariño de sus gentes.
Veljko Bulajic, con su estilo elegante, cuenta una leyenda en la que se cree que ese personaje procedía del mismísimo Infierno, rebelándose contra Lucifer y la Iglesia Ortodoxa para defender la prosperidad y el bienestar de su pueblo.
Una leyenda muy hermosa, muy romántica, que cuenta con unas secuencias en el Infierno que son delirantes. A pesar de los 30 años transcurridos la película no se ve desfasada ni anticuada sino fresca e imaginativa. Es decir, una película sencilla que ha ganado con el paso del tiempo y se ha convertido en un clásico que se merecería un descubrimiento.
El hombre que hay que destruir fue la película que ganó el Festival de Sitges de 1980. En aquella edición yo fui jurado por primera y única vez. Fue la película que yo defendí y voté porque me gustó mucho más que las demás que proyectaron.
A pesar de su prestigio en festivales internacionales no se estrenó en nuestras salas y no se volvió a ver. Hace poco me encontré esta foto de arriba en mis archivos y me entraron ganas de volverla a ver y me ha vuelto a gustar.
Se trata de una película modesta, con pocos medios y austera de producción pero muy imaginativa. Trata de una leyenda de Montenegro, que en 1980 estaba incluida en Yugoeslavia, sobre un zar llamado Esteban que sólo reinó seis años y que se creyó zar Pedro III de Rusia, asesinado un año antes, y se convirtió en un jefe de estado bueno, justo, noble.
Muchas hipótesis y conjeturas se han creado acerca de ese personaje de la segunda mitad del siglo XVIII. Nadie sabe de dónde vino, llegó a Montenegro y se convirtió en zar de la noche a la mañana y sin embargo con su gestión se ganó las simpatías y el cariño de sus gentes.
Veljko Bulajic, con su estilo elegante, cuenta una leyenda en la que se cree que ese personaje procedía del mismísimo Infierno, rebelándose contra Lucifer y la Iglesia Ortodoxa para defender la prosperidad y el bienestar de su pueblo.
Una leyenda muy hermosa, muy romántica, que cuenta con unas secuencias en el Infierno que son delirantes. A pesar de los 30 años transcurridos la película no se ve desfasada ni anticuada sino fresca e imaginativa. Es decir, una película sencilla que ha ganado con el paso del tiempo y se ha convertido en un clásico que se merecería un descubrimiento.
Comentarios